Mundo Agrario, abril-junio 2024, vol. 25, núm. 58, e237. ISSN 1515-5994
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

Juventudes rurales intersticiales. Aportes para un enfoque etario en la ruralidad argentina

Aymará Barés

CONICET, Universidad Nacional de Río Negro, Argentina
María Luz Roa

CONICET, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Mercedes Hirsch

Universidad de Buenos Aires, Argentina
Cita sugerida: Barés, A., Roa, M. L. y Hirsch, M. (2024). Juventudes rurales intersticiales. Aportes para un enfoque etario en la ruralidad argentina. Mundo Agrario, 25(58), e237. https://doi.org/10.24215/15155994e237

Resumen: En este artículo nos preguntamos qué es lo que define a las experiencias juveniles en la ruralidad argentina. Para ello, presentamos una revisión crítica sobre la problematización de “la juventud rural” en las ciencias sociales y humanas, puntualizando en la producción latinoamericana, especialmente en Argentina. Primeramente, revisamos enfoques teórico-metodológicos y lineamientos ligados a ámbitos de investigación y experiencias de educación, gestión, trabajo social, militancias y políticas públicas con jóvenes en la ruralidad. En segundo lugar, focalizamos en la conformación de un campo de estudio sobre las juventudes rurales en Argentina a partir de la década del 2000 con aportes teórico-metodológicos de investigaciones recientes sobre educación, subjetividades e identidades étnico-juveniles. Con estos aportes, finalmente avanzamos en la propuesta de un enfoque etario de la ruralidad. Como conclusión, proponemos hablar de “juventudes intersticiales”, diferenciando dimensiones socioculturales, generacionales, experienciales, clivajes y perspectivas interseccionales en los mundos rurales.

Palabras clave: Juventud rural, Intersticial, Ruralidad, Etario.

Interstitial rural youth. Contributions for an age approach in Argentine rurality

Abstract: In this article we ask what defines rural youth experiences Argentina. For this, we present a critical review on the problematization of "rural youth" in the social and human sciences, focusing on Latin American production, especially in Argentina. Firstly, we review theoretical-methodological approaches and guidelines linked to areas of research and experiences of education, social work, militancy and public policies with young people in rural areas. Secondly, we focus on the formation of a rural youth field of study in Argentina from the 2000s with theoretical-methodological contributions from recent research on education, subjectivities and ethnic-youth identities. With these contributions, we finally propose to speak of "interstitial youth", differentiating sociocultural, generational, experiential dimensions, cleavages and intersectional perspectives in rural worlds.

Keywords: Rural youth, Interstitial, Rurality, Age.

Introducción

La juventud es más que una palabra, le respondieron Mario Margulis y Marcelo Urresti (2008 [1996]) a Pierre Bourdieu (1990) hace unos 20 años. Y vaya si lo es. Tanto es así que inspiró discusiones inacabables en distintas disciplinas desde hace ya poco más de un siglo. Estas discusiones resultan más recientes para el caso de las territorialidades rurales. En este artículo nos preguntamos qué es lo que define a las experiencias juveniles en la ruralidad argentina. Para ello, presentamos una revisión crítica sobre la problematización de “la juventud rural” en las ciencias sociales y humanas, puntualizando en la producción latinoamericana, especialmente en Argentina. ¿Existe “la juventud rural”? ¿Resulta una categoría heurísticamente fértil en la actualidad?

Primeramente, revisamos enfoques clásicos del norte sobre juventudes que consideraron a les jóvenes rurales de manera tangencial; y trabajos latinoamericanos pioneros de investigación y recopilación de experiencias de educación, gestión, trabajo social, militancias y políticas públicas. Si bien, no haremos un desarrollo exhaustivo de los mismos, consideramos que es necesario presentarlos para entender el modo en que se fueron desplegando las líneas de trabajo y análisis en nuestra región. En segundo lugar, focalizamos en la conformación de un campo de estudio sobre las juventudes rurales en Argentina a partir de la década del 2000 con aportes teórico-metodológicos de investigaciones cualitativas sobre educación, subjetividades e identidades étnico-juveniles. Con estos aportes, finalmente avanzamos en una conceptualización teórico-metodológica de las juventudes rurales. Partimos de sostener que tanto juventud como ruralidad son categorías polisémicas híbridas que refieren a experiencias etarias situadas en territorialidades específicas. Proponemos así hablar de “juventudes intersticiales”, diferenciando dimensiones socioculturales, generacionales, experienciales, clivajes y perspectivas interseccionales en los mundos rurales.

1. Les jóvenes rurales en los estudios clásicos de juventud del norte

A pesar de los importantes avances y diversidad de clivajes en los estudios sobre juventud, sus características en los espacios rurales fueron invisibilizadas durante décadas. En el marco de estudios agrarios se consideró que la modernización destinaría a la mayoría de les jóvenes a la migración hacia las ciudades. Por otro lado, los estudios sobre juventudes identificaron a la cultura juvenil como eminentemente urbana, suponiendo que en las zonas rurales y agrícolas no tenía lugar la moratoria social característica de la juventud (González Canga, 2003; Roa, 2015).

No obstante, como detallaremos en este apartado, a pesar de que la pregunta por los jóvenes rurales no era explícita, la psicología, la antropología y la sociología han desplegado tempranamente discusiones que se constituyen en antecedentes de suma importancia para pensar a estos sujetos. Dadas las características disciplinares de los estudios de la época, la antropología se dedicaba a comprender los fenómenos culturales de sociedades “tribales”, mientras que los estudios rurales (con trabajos fundamentalmente de la sociología) indagaban en “lo rural” como tema de investigación, focalizando en los modos en que se desarrollaba el capitalismo en el agro, lo cual traía aparejados procesos de urbanización y despoblación rural, por lo que ambas produjeron estudios particularmente importantes para el campo.

Hacia principios de los años ‘30, desde la antropología surgen diversas etnografías sobre el valor otorgado a la pubertad en sociedades tribales como linde fundamental para el curso de la vida. Como parte de la Escuela de Cultura y Personalidad desarrollada en EEUU, Margaret Mead (1985 [1928], 1997 [1970]) resalta el papel estructurante de la cultura en la personalidad, sosteniendo que las vicisitudes de les adolescentes son fruto de las responsabilidades y condicionantes sociales para ese grupo etario y no de cuestiones biológicas como el sexo y las categorías de edad. En, discusión con el psicólogo Stanley Hall,1 Mead sostiene que, a diferencia de lo que sucede en EEUU, en donde la adolescencia es una etapa de tempestad y estímulo, en la sociedad tribal samoana existe un pasaje indoloro de la niñez a la adultez, debido a que las niñas se socializan en una civilización homogénea, que no tiene una especialización del afecto, ni un período de moratoria, entre otras características (Mead,1985 [1928]). De acuerdo con la autora, el avance del capitalismo, y la marcada expectativa de movilidad social que esto conlleva, está asociado a cambios de ocupación y estatus que acarrean modificaciones de la conducta resultantes en que las familias elijan para sus hijes tipos de educación y metas profesionales distintas a las propias (Mead, 1997 [1970]). Asimismo, Mead critica los estudios sobre juventud enfocados en pensar las relaciones entre adultes y jóvenes como dos grupos radicalmente distintos entre los que existe una ruptura cultural infranqueable (Mead, 1997 [1970], p. 120).

En línea con las tesis de socialización cultural de Mead, Ruth Benedict (2008 [1934]), subraya que a diferencia de la sociedad estadounidense en donde les adolescentes experimentan un período de conflicto como resultado de dogmas e instituciones culturales discontinuos; en las culturas de las sociedades tribales, ordenadas según la edad, se le exige a les individues comportamientos diferentes en las distintas épocas de su vida, estableciendo tres importantes oposiciones entre el rol de status de niñe y el rol de status de padre/madre: la responsabilidad - no responsabilidad; la relación dominio - sumisión; y, el papel sexual contrastado (Benedict [1938] 1973).

Los trabajos de estas autoras buscan repensar las propias formaciones culturales cuestionando el carácter universal-natural de la condición juvenil de las sociedades occidentales urbanas y modernas, indagando en sociedades tribales que también son rurales. Como veremos en el próximo apartado, varios estudios actuales sobre la juventud y niñez retomaron sus aportes durante las últimas décadas, desde una crítica a la definición adulto-céntrica de adolescencia como un estado biológico y psicosocial transicional y con roles sociales determinados, transformándose en antecedentes claves para la reflexión de las experiencias de las identificaciones y experiencias formativas de les jóvenes rurales.

Por otro lado, desde la escuela Estructural Funcionalista británica, las etnografías de Evans Pritchard (1987 [1940]) y Radcliffe Brown [1929] también realizan contribuciones teóricas ineludibles. Sus investigaciones dan cuenta de los sistemas de grupos de edad (en Brown, grado de edad) que funcionarían ‒dice Pritchard sobre las sociedades Nuer de Sudán‒ con las mismas dinámicas de fisión y fusión, basados en la segmentación de grupos generacionales, compartiendo relaciones sociales entre los miembros similares a las de parentesco (Kropff, 2010).

Desde la sociología, la noción de generación también es abordada por el húngaro Karl Mannheim ([1928] 1993), quien pondera, por un lado, las características de un grupo social en base a lo compartido en una misma temporalidad y, por otro lado, a la vinculación entre distintos grupos de edades –relaciones inter-generacionales–. El autor subraya la importancia de este ‘ser con otros’ que conlleva el concepto de generación, ligado al ritmo biológico, pero también a compartir un mismo ámbito histórico social. Es de mencionar que, a diferencia de las corrientes antropológicas mencionadas, el autor entiende a la juventud como la fase de vida que surge en la modernidad y que se define a partir de las diferencias respecto a otras generaciones. Mannheim [1928] 1993) afirma que, siendo que las primeras impresiones constituyen un predominio vivo y determinante para la experiencia posterior, la juventud posee una orientación primaria distinta a la adultez en que la vivencia polar se desplaza y constituye la posibilidad de cambio generacional. La intensidad de este cambio se relaciona con la velocidad de la dinámica social. Esto significa que, en comunidades con gran estabilidad o lenta transformación como las campesinas rurales, no existen unidades generacionales con entelequias completamente nuevas.

Por otro lado, entre los años ‘40 y ’60, dentro de la Sociología Funcionalista en EEUU, Talcot Parsons (2008 [1942]) realiza un incipiente análisis de las culturas juveniles urbanas, en el que sostiene que a diferencia de la sociedad rural en donde el ámbito laboral se da entre los miembros de la familia –que resultaría una unidad de producción-consumo– y en donde habría una mayor continuidad entre los distintos momentos de la vida; en la ciudad existe un fuerte contraste entre el patrón etario niñez/adultez/vejez. También define a la cultura juvenil como un grupo de normas y fenómenos de comportamiento que envuelven elementos de graduación de edad y roles sexuales.

En continuidad, hacia los años ‘60, Samuel N. Einsenstadt recupera las preguntas sobre los grupos etarios juveniles en los fenómenos de modernización que desorganizan comunidades rurales y tipos antiguos de establecimientos urbanos. El autor sostiene que en las sociedades rurales el proceso de solidaridad y reproducción social es fomentado por una armonización de las normas generales de la sociedad con las normas familiares; en cambio, las sociedades universalistas modernas cuentan con un patrón de solidaridad más amplio, por lo que entre la salida del individuo de su familia y la formación de su propia familia los grupos juveniles tienen la función de integración entre la esfera familiar particularista y la vida social más amplia (citado en Groppo, 2000).

Las principales críticas a estos trabajos residen en su tendencia evolucionista y etnocéntrica que entiende a la juventud como una entidad homogénea y describen a las sociedades rurales como sinónimo del campesinado tradicional, estático y atrasado; sin detenerse a considerar las características del desarrollo capitalista en ellas, ni los diferentes sujetos sociales que en ellas se constituyen –aspectos centrales en los análisis del campo de los estudios rurales como veremos más adelante.

En el campo de la psicología cabe mencionar el trabajo del psicólogo social Erik Erikson (1974) quien, retomando los planteos iniciales de Hall a principios del siglo XX, profundiza esta teoría que postula la “naturalidad” de una etapa de moratoria social e inestabilidad emocional previa a la adulta. De acuerdo con este enfoque, la juventud es un período en el que se posterga la asunción plena de responsabilidades económicas y familiares, lo cual supone, para otras corrientes e interpretaciones, reservar lo juvenil únicamente para las clases medias y altas urbanas.

Más adelante, en el campo interdisciplinar de los estudios culturales, la Escuela de Birmingham se consolida como uno de los principales centros que retoman la cuestión de las juventudes, problematizando las políticas de su representación y los modos en que estas se constituyen (Williams, 2000 [1977], 2001 [1973]; Willis, 1977; Hall y Jefferson, 2000; Grossberg, 1992). Se analizan las culturas juveniles en el marco de las formaciones de clase y de contextos socioculturales más amplios, proponiendo analizar las apropiaciones que les jóvenes realizan a partir de una ‘triple articulación’ entre el grupo de pares, las culturas parentales –compartidos con los adultos de su clase–, y la cultura dominante –instituciones educativas y de control social (Urteaga, 2010).2

2. Los estudios latinoamericanos y argentinos sobre juventudes rurales

En Argentina, los estudios clásicos sobre juventudes se remontan al trabajo de Cecilia Bravslasky (1986). La autora analiza la situación de les jóvenes de diferentes regiones del país atendiendo a distintas dimensiones: educación, trabajo, género, movilidades o desplazamientos rurales-urbanos e interprovinciales, participación política y vínculos intergeneracionales, en relación a un análisis estructural de contexto. Profundizando su sistematización y problematización sobre las juventudes en Latinoamérica, Pérez Islas (2006) recupera los aportes de Braslavsky y divide a la tradición latinoamericana en tres grandes etapas. Una primera etapa ensayística (1930-1960) compuesta por un primer grupo de origen positivista y precursor de la teoría generacional, y un segundo grupo que encarna el pensamiento histórico crítico enfocado en la juventud de las clases altas y medias urbanas ilustradas. Una segunda etapa de estudios sociológicos (1960-1980) en la que los jóvenes rurales se estudian tangencialmente en trabajos sobre migraciones a las ciudades y en la que escasos estudios, atravesados por el enfoque de moratoria social, se preguntan si existe una juventud rural como entidad objetiva o si se trata de una categoría analítica dado que no existiría moratoria social en la ruralidad. Una tercera etapa, en la que a partir de los ‘80 las omisiones sociohistóricas y las deficiencias teóricas sobre la juventud comenzaron a tratarse en nuevas investigaciones apoyadas principalmente por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Estas transformaciones se dieron en el marco de un creciente proceso de urbanización, la emergencia de juventudes, urbano-populares, el renacimiento de las democracias en el continente y los estudios incitados por el Año Internacional de la Juventud (1985).

A principios de los ’90 los aportes de la corriente de los estudios culturales en América Latina enriquecieron la perspectiva de trabajo sobre las juventudes. Dos referentes que inician con esta tarea dentro de esta corriente son: el colombiano Jesús Martin Barbero, quien abordó la cultura y los medios de comunicación, la cuestión de las mediaciones, la producción de sentido, la cuestión de les jóvenes y sus consumos y prácticas (Martín Barbero, 2002); y el argentino, Néstor García Canclini, quien consolidó una línea prolífera de estudios sobre juventud ligada a la cultura, globalización, ciudadanía y consumos (García Canclini, 1992, 1995, 2008, 2010).

Desde el campo de la sociología de la cultura en Argentina, Marcelo Urresti y Mario Margulis ([1996] 2008), le responden a Bourdieu (1990) afirmando que, si bien en gran parte la juventud posee una dimensión simbólica, el fenómeno de construirla no se termina allí. De acuerdo con los autores es necesario atender a los aspectos fácticos, materiales, históricos y políticos que la misma también contiene. De acuerdo con los autores, la etapa juvenil es el período que va de la adolescencia, con sus cambios corporales, hasta la independencia de la familia, la formación de un nuevo hogar, la autonomía económica; todos elementos que definen la condición de adulto, marcando cinco transiciones: dejar la escuela, comenzar a trabajar, abandonar el hogar de la familia de origen, casarse y formar un nuevo hogar.

Por otro lado, y retomando la noción de ‘condición juvenil’ referida por García Canclini (2008) para atender los condicionamientos estructurales que atraviesan a les jóvenes, la mexicana Rossana Reguillo Cruz (2000, 2010) propone la noción de ‘condición juvenil’ para poner en el centro del análisis el conjunto multidimensional de formas particulares, diferenciadas y culturalmente ‘acordadas’ que otorgan, definen, marcan, establecen límites y parámetros a la experiencia subjetiva y social de les jóvenes, propuesta que permitirá abordar específicamente también las juventudes rurales (Urteaga Castro Pozo, Pacheco Ladrón De Guevara y Pérez, 2012).

Desde la década de los ‘80 en adelante, los estudios sobre juventudes en Argentina proliferan atravesados por los debates mencionados. Muchos de ellos se congregan en la Red de Investigadores en Juventudes de Argentina (REIJA).3 Una de sus impulsoras, la antropóloga Mariana Chaves (2009), clasifica los enfoques en: 1) generales, informes de situación o panoramas nacionales o regionales; 2) de clivajes en torno a condiciones estructurantes de la sociedad y la cultura; 3) sobre inclusión-exclusión, referentes a educación, trabajo y empleo; 4) de conformación, modos en que les jóvenes constituyen sus familias y hogares; 5) sobre participación política; 6) en torno a valores y creencias juveniles; y 7) sobre uso, consumo y producción de prácticas. De todos modos, más allá de los avances en los estudios sobre juventudes, los trabajos sobre los sectores rurales continuaron siendo escasos hasta la década del 2000 (Roa, Hirsch y Barés, 2020).

En los estudios rurales latinoamericanos de la década del ‘60, varios autores cuestionaron las tendencias desruralizantes de las teorías clásicas europeas y destacaron posibles relaciones de dependencia entre latifundio y minifundio. En el marco de trabajos ligados al modelo de modernización del estructural-funcionalismo promovido por la CEPAL y el de la dependencia anclado en el materialismo histórico, la atención se orientó hacia la esfera productiva (González Cangas, 2003). Los debates estuvieron entonces marcados por la idea de los desarrollismos, las diferentes clases sociales en el agro, las reformas agrarias, el papel de la tierra, la tecnología y la explotación familiar. Más adelante, hacia los años ‘80 y ’90 los trabajos sobre jóvenes rurales fueron apoyados por la CEPAL, el Instituto Iberoamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) a través de la Red Latinoamericana de Juventudes Rurales (Relajur), y políticas públicas de diversos países. Estos primeros trabajos surgen de la mano de los debates sobre la urbanización y periurbanización de la población rural y los nuevos vínculos campo-ciudad que esto generó. Así, las Ciencias Sociales comienzan a interesarse sobre les jóvenes rurales como sujeto de estudio.

De este modo, los estudios sobre juventud rural se sitúan en el marco de las discusiones en las ciencias sociales sobre “la nueva ruralidad”, término que hace referencia a la multisectorización y diversificación de la estructura rural durante la década del ‘90 (Roa, 2015), remarcando la no linealidad de la coincidencia entre lo rural y lo agropecuario y una creciente interacción campo-ciudad que cuestiona las divisiones tajantes entre lo urbano y lo rural. La misma implica un modo de territorialidad que involucra la unión de aspectos productivos, simbólicos, organizativos y culturales de una sociedad en la que priman valores diferentes a los asumidos en el mundo urbano. Se diferencian entonces los espacios rurales, aislados y no conectados con los centros urbanos, de los peri-urbanos, donde llegan modos de organización urbana. Así, los estudios sobre juventud rural se preguntan por la emergencia de una juventud con rasgos y características vinculados a este horizonte de la nueva ruralidad (Caputo, 2002). Considerando las características de la tradición de los estudios de juventud y estudios rurales anteriormente descritos, no resulta casual que la visibilización de la juventud rural surja en el contexto de una nueva ruralidad, en donde lo rural se encuentra conectado con lo urbano.

Como hemos mencionado con anterioridad (Roa, Hirsch y Barés, 2020), la invisibilización acaecida en el campo académico, no ha tenido su correlato necesariamente en las políticas públicas en el campo latinoamericano, donde ‘el joven rural’ fue construido como actor protagónico para promover el desarrollo y progreso rural. Existen numerosos documentos producidos por y para organismos internacionales que desarrollan y visibilizan a este sector poblacional (OIT, 2019). La ‘juventud rural’ es pensada desde una política de regionalización y producción, en el marco de “un largo proceso de construcción social, desencadenado por la expansión de las relaciones capitalistas de producción en el campo” (Bevilaqua Marín, 2009: 619, citado en Gareis, 2018), donde se los construyó principalmente como ‘agentes de desarrollo’. En esta línea, Pezo Orellana (2014) plantea que la dualidad visible/invisible sería un eje articulador para pensar las juventudes rurales y las políticas públicas destinadas a ellas en América Latina.

Una característica relevante de la corriente latinoamericana de los estudios culturales es el reconocimiento que se hace en el marco de la misma a la heterogeneidad en relación a las juventudes, especialmente al intersectar las categorías de juventudes y ruralidades. En esta línea es de destacar el trabajo de González Cangas (2003). El autor plantea que la ‘juventud rural’ es una categoría en tensión, ya que, por un lado, ‘la juventud’ está asociada a cuestiones urbanas y, por el otro, por el modo hegemónico de entender lo rural como un todo homogéneo conservador y reactivo con un solo actor protagónico, el varón adulto. Existe entonces una tensión para el sujeto joven rural, ya que los espacios específicamente juveniles son débiles, pero, por otro lado, existe un período de moratoria social que le impide asumir del todo la herencia gerontocrática. Es así como, recuperando el concepto de generación y los grupos de edad, y cuestionando la mirada etnocéntrica y urbanocéntrica, propone visibilizar los diferentes espesores de los marcadores de lo ‘juvenil’, situando a la identidad juvenil en su dimensión sociocultural, como adscripción esencialmente gregaria y variable en el tiempo, que hace aparecer los matices de señales identitarias desapercibidas (González Cangas, 2003). Este autor esboza una noción que recuperaremos más adelante para entender la forma en que emergen y se despliegan estas juventudes.

En esta misma línea, la mexicana Maritza Urteaga Castro Pozo (2010) propone entender a les jóvenes rurales en intersección con distintas variables como etnia, clase, género, generación y nacionalidad, entendiendo que estas no son categorías neutras, sino que están configuradas a través de la historia y las relaciones de poder. Así mismo, Lourdes Pacheco Ladrón de Guevara (2010) plantea la importancia de la visibilidad de otras juventudes, no hegemónicas, indígenas y rurales. En ellas la autora reconoce como constantes actuales el acceso a mayores niveles educativos, la circulación de mayor información, la socialización ciudad-campo por migración, el acceso a la economía dineraria, choques entre las ideas religiosas y las científicas en torno al cuerpo y la sexualidad, paralelamente a la persistencia de niveles de pobreza, acceso limitado a los mercados de trabajo, temprano inicio en el ciclo reproductivo. Pacheco (2010) describe a su vez lo que sería la ciudadanía negativa para este tipo de jóvenes, esto es, una percepción de discriminación que es la combinación de diversas discriminaciones que se anudan. En relación a les jóvenes rurales indígenas, la autora refiere al tránsito entre el trabajo asalariado y el comunitario del que estes participan desde temprana edad, el que les ofrece un significado vital entrelazado al mundo de la naturaleza y al mundo espiritual (Pacheco, 2010).

Desde el siglo XXI la producción de estudios sobre juventud rural en Latinoamérica se multiplicó. Siguiendo la caracterización realizada, podemos enunciar los siguientes clivajes temáticos que entrelazan al momento de pensar las juventudes rurales: Juventudes, ruralidades y migraciones; jóvenes y familia; juventudes rurales, género y sexualidad; juventudes rurales y problemáticas educativas; juventudes rurales y etnicidad; juventudes rurales y trabajo; juventudes rurales y la problemática identitaria, juventudes rurales y participación política.4

3. Aproximaciones recientes a las juventudes rurales argentinas

Durante los últimos veinte años, en Argentina, estudios académicos de metodologías etnográficas ‒realizados en mayor parte por mujeres‒ aportaron renovadas formas de visibilizar las juventudes rurales. En el marco de tesis doctorales realizadas entre 2001 y 2008, referidas a temáticas sobre educación, trabajo y comunidades originarias en territorialidades rurales, periurbanas y rururbanas, se analizaron las condiciones de vida, experiencias formativas, subjetividades y corporalidades de les jóvenes como grupo etario, aún sin ser estes jóvenes el foco de indagación. Estos trabajos han sido el puntapié para que, en un segundo momento, hacia 2014-2015 se consolide la pregunta por las “juventudes rurales” tomando elementos de estos campos de estudios. Delimitemos brevemente esta genealogía.

El enfoque histórico etnográfico del que parten estos estudios busca “documentar lo no documentado” (Rockwell, 2009). Es decir, documentar la vida cotidiana de los sujetos, entendiendo que en esta escala se expresan procesos históricos y estructurales constitutivos y constituidos por y en la experiencia de los sujetos (Heller, 1972). Primeramente, desde el campo de estudios de Antropología de la Educación, se realizaron investigaciones que abordaban la relación entre familias y escuelas rurales. Han sido pioneros los trabajos de la antropóloga María Rosa Neufeld (1988) en las escuelas de la isla del Delta de la Provincia de Buenos Aires en las décadas del ochenta y noventa, los cuales indagaban en la relación entre escuelas y estrategias familiares de vida que favorecieran el arraigo de las jóvenes generaciones en articulación con las transformaciones productivas locales (Neufeld, 1988).

Esta investigación fomentó una serie de estudios en distintos lugares del país, en los cuales se visibilizan niñes y jóvenes en el espacio social rural. Una mención especial merece la producción de la historiadora y antropóloga Elisa Cragnolino en Córdoba, comenzando por su propia tesis doctoral en Antropología (Cragnolino, 2001), que luego se extiende a otras provincias realizando aportes a las discusiones académicas, pero también desde la extensión junto con movimientos campesinos (Cragnolino, 2017) y escuelas (Cragnolino, Flores y Hirsch, 2023). La autora, desde un abordaje en el que confluyen la perspectiva bourdiana y el enfoque histórico etnográfico, hace un análisis de trayectorias educativas, reflexionando en las relaciones entre les distintes integrantes de las unidades familiares.

Por su parte, en su tesis doctoral de 2007, la antropóloga Ana Padawer se preguntó por las experiencias formativas en escuelas rurales primarias de la Provincia de Buenos Aires, que luego profundizó al analizar las experiencias formativas de niñes y jóvenes en escuelas rurales a las que concurrían criolles y Mbya guaraníes en la Provincia de Misiones (2010, 2011, 2015), enfocándose en la escolarización y la participación periférica en procesos productivos destinados a la reproducción familiar doméstica. En estos trabajos, Padawer discute la noción de infancia y juventud definidas socialmente como una alteridad primitiva tensionado las consecuencias legales, de conocimiento, poder y autonomía implicadas en el reconocimiento del estatus completo de ciudadane en las sociedades contemporáneas. En este sentido, argumenta que se establecen diferenciaciones y transiciones etarias que no se corresponden estrictamente entre las esferas escolar y laboral. Así, a partir de la descripción de la vida cotidiana de niñes y jóvenes colonos y Mbya guaraníes de la provincia de Misiones, pone de relieve el proceso de transiciones progresivas, no necesariamente coincidentes entre sí y variables al interior de los distintos contextos socioculturales en los que la autonomía de niñes y jóvenes respecto a les adultes se corresponde con los saberes relevantes en esos contextos (Padawer, 2010).

Desde otro campo de discusiones, referentes a las subjetividades, corporalidades e identificaciones étnico juveniles en grupos indígenas de Formosa y Patagonia, son relevantes los aportes de las antropólogas Silvia Citro y Laura Kropff. En 2003, en el marco de su tesis doctoral sobre corporalidades qom/toba de la provincia de Formosa, Silvia Citro (2009) inicia la pregunta por las corporalidades intersticiales de les jóvenes como grupos de edad al interior de comunidades rurales qom/toba desde una antropología de y desde los cuerpos, que privilegia la conformación de un conocimiento corporizado que hace carne en la investigadora.5 En ese marco, analiza las performances de les jóvenes en los rituales evangélicos (ya sea de música y danza) y su vínculo con los rituales del pasado, ya sea con el chamanismo o prácticas del mundo criollo en las que se destacaba el poder del cuerpo. La autora, desde un análisis de grupos de edad y generacional, indaga cómo para “comprender a los jóvenes de hoy, es ineludible analizar también aquellas performances de los jóvenes de ayer, que hasta hoy son insistentemente rememoradas” (p. 244). Así sostiene que les jóvenes constituyen subjetividades intersticiales propias bajo el influjo de diferentes corrientes estéticas y culturales.

Por su parte, en el marco de su tesis doctoral de 2008, Laura Kropff (2008, 2010, 2011) advierte cómo las categorías campo y ciudad operan espacializando edad y aboriginalidad de modos diferentes. Retomando a estudios clásicos de la antropología (Radcliffe Brown, Evans Pritchard) y desde una etnografía realizada con jóvenes mapuche de la provincia de Río Negro, la autora define "juventud" como una categoría de uso en la que opera una estructura de interacción de alteridades etarias en clave auto y alterdescriptiva, inscriptas en la trama social. Diferencia "grupos de edad" de "grados de edad": mientras la primera categoría opera como instancia de articulación de agencia que se desarrolla a partir de los procesos de identificación; la segunda categoría resulta del lugar de interpelación en que se es puesto/a, en tanto inscripción material de subjetividades hegemónicamente definidas, haz de roles, colección finita de reglas que los individuos deben cumplir. Kropff se pregunta entonces qué hace que determinada experiencia se constituya en la base de un planteo generacional, y se utilice como capital en puja por la reivindicación del espacio político social (Kropff, 2010). Por otro lado, en la definición de "la juventud mapuche", destaca que opera la estructura hegemónica de aboriginalidad, ambas estructurantes de la práctica social y vinculadas al espacio, campo-ciudad. En este sentido, hace referencia a construcciones hegemónicas del discurso social que hacen impensable a la juventud en el medio rural y al ser mapuche en la ciudad. Esa dualidad entre campo y ciudad se enraíza en otro par opuesto fundante: salvaje/civilización, lógica que es necesario deconstruir para entender nuevas formas de espacialización para la edad. Estas nuevas movilidades estructuradas de jóvenes mapuche no se construyen en el campo o la ciudad, sino que son desruralizadas y desurbanizadas al mismo tiempo, entre el ir, aprender y volver (Kropff, 2011).

Hacia 2015, desde una confluencia de preguntas provenientes del campo de estudios de mercados de trabajo agropecuarios, educación, subjetividades y corporalidades juveniles y a partir de una investigación etnográfica que experimenta en formatos documentales cinematográficos y teatrales en la presentación de resultados, la socióloga Roa (2015, 2017) define la noción de juventudes rurales poniendo el foco en la subjetividad de les jóvenes cosecheros/as de yerba mate -tareferos- de Misiones. Para ello, parte de una perspectiva analítica de la subjetividad desde una visión fenomenológica, considerando dimensiones corporales, prácticas y emocionales como grados pre-objetivos de experiencia en el mundo, desde los cuales se objetivan identidades rurales juveniles. Desde allí sostiene que el estar-en-el-yerbal de les jóvenes tareferos da lugar a la conformación de esquemas corporales, mentales y emocionales que constituyen maneras dinámicas y creativas de ser, estar y hacer que se transforman de generación en generación. Asimismo, reconoce la variabilidad en las trayectorias de estes jóvenes de acuerdo a su capacidad de agencia y creatividad emocional para sobrellevar y re-existir desde los estigmas. Así se pregunta por una juventud socialmente y carnalmente situada en las territorialidades rur-urbanas en contextos de mercados de trabajo precarios, racismos y estigmatizaciones conjugadas.

La investigación de Roa aborda así varias discusiones del campo de las juventudes rurales, en primer lugar, porque refiere a sujetos con residencia en la ciudad y trabajo en el campo, desde una territorialidad dada por el movimiento rural-urbano saliendo de simplificaciones estadísticas basadas en el lugar de residencia. En segundo lugar, al dar cuenta de estas realidades de les trabajadores agrícolas temporaries sin tierra ni clivaje étnicos específicos, presenta a un importante sujeto social en el agro latinoamericano cuya identificación mestiza se liga a una ocupación rural aunque su residencia sea urbana. En tercer lugar, al referirse a sectores populares rurales, poniendo de manifiesto las desigualdades sociales implícitas en las nociones de juventud rural ligadas a los enfoques de moratoria. En cuarto lugar, su propuesta en torno a la comprensión de las subjetividades juveniles conduce a estudiar la condición juvenil en un contexto témporo-espacial de profundas transformaciones económicas, sociales y culturales preguntándose cómo se experimenta este período de la vida cuya materialidad reside en un cuerpo culturalmente significativo, atendiendo a la definición de las relaciones entre las generaciones y las modalidades del ser joven.

Desde el campo de la Antropología y la Educación, la antropóloga Mercedes Hirsch en su tesis doctoral (2017) y en sus estudios posdoctorales (2021), analiza los proyectos de futuro construidos por les jóvenes en la ciudad de Cañuelas (Provincia de Buenos Aires). En sus trabajos reconstruye la articulación de los proyectos a la trama sociohistórica local y estructural, dando cuenta de distintos modos de acompañar/preguntar a les estudiantes secundarios en este momento particular en el que se les insta a “definir su futuro”. Para esto realiza una etnografía acompañando a les jóvenes tanto en la escuela, como en plazas, bares, negocios, en sus casas, en espacios laborales.

La autora resalta que, ancladas en concepciones meritocráticas de la educación ‒que proponen saldar procesos de reproducción social cada vez más desiguales a través de la preparación y certificación escolar‒, las expectativas incluidas en los proyectos construyen a la educación superior como opción legítima y hegemónica. Mientras que los proyectos en acto ‒considerados como “changas momentáneas” o “hobbies”‒, junto a las tramas colectivas en las que se despliegan, quedan invisibilizados en los proyectos individuales a futuro construidos al no ser parte de estos sentidos hegemónicos sobre el mérito y el éxito. Concluye así que la pregunta por “el año que viene” individualiza y moraliza los proyectos de les jóvenes que se encuentran finalizando la escuela secundaria, al tiempo que invisibiliza las tramas complejas y dinámicas que construyen las opciones, tramas en las que se comprometen distintos actores e instituciones para acompañar los diseños de dichos proyectos (Hirsch, 2021).

Por último, en esta línea de trabajos, indagando en los estudios en comunicación y cultura e incorporando la perspectiva etnográfica, la comunicadora social Aymará Barés analiza las formaciones discursivas hegemónicas y las trayectorias juveniles de contextos rurales atravesadas por clivajes étnicos, de clase y de género. Retomando la noción de movilidades estructuradas (Grossberg, 1992; Briones, 2005; Kropff, 2008) aborda la problemática emergente en dos localidades de norpatagonia, emplazadas a partir de las negociaciones post campañas militares denominadas por el mismo Estado como ‘conquista del desierto’. La noción de movilidades estructuradas permite pensar las trayectorias juveniles y las problemáticas emergentes en estos contextos a partir de cómo el pasado se resignifica en el presente, cómo se construyen modos hegemónicos de interpretar estas territorialidades y las configuraciones identitarias con relación a ellas y, finalmente, cómo se identifican posibilidades e imposibilidades a partir de los sentidos construidos por parte de les jóvenes en relación a lo que entienden ‘hay para elles’. Sumando a las movilidades físicas, las movilidades virtuales para entender a estas juventudes de formas no fijas en territorios que a su vez se van modificando (Barés, 2020).

En este apartado destacamos, cómo desde travesías donde primaron las metodologías etnográficas; prácticas investigativas, docentes y artísticas con jóvenes rurales de paisajes y realidades disímiles de Argentina; y clivajes referentes a educación, trabajo y etnia; se fue construyendo la pregunta por las vidas cotidianas y existencias de les jóvenes rurales. Es así que hacia el 2014, en el marco del primer Grupo de Trabajo sobre Juventudes y Ruralidades6 en la Reunión Nacional de Investigadores en Juventud de Argentina (Renija), organizada por la REIJA, donde muchas de estas autoras nos comenzamos a encontrar, acordamos en la necesidad de construir enfoques que permitieran comprender las particularidades experienciales, territoriales, sociales, económicas, culturales, prácticas, políticas y educativas de jóvenes rurales. Sostuvimos, entonces, la necesidad de hablar de juventudes rurales en plural, dadas las características que los territorios imprimen en las experiencias de les jóvenes.

4. Juventudes intersticiales en la ruralidad

Ya habiendo establecido las genealogías teóricas, empíricas y metodológicas sobre el campo de las juventudes rurales en Latinoamérica y Argentina, abordaremos las preguntas que encabezan este artículo: ¿Existe una” juventud rural? ¿Resulta una categoría heurísticamente fértil en la actualidad?

4.1 Territorios Rurales

Si la condición juvenil implica analizar qué es ser/estar joven en un tiempo y espacio determinados, para la comprensión de estas juventudes precisamos, en primer lugar, situar a les jóvenes en los espacios y territorios rurales.

Entendemos al espacio como una construcción social, de acuerdo con las concepciones críticas que surgen a partir de los setenta y se fortalecen a mediados de los ochenta, concibiendo al territorio y a las identidades territoriales como procesos abiertos y contingentes, producto de contextos históricos y relaciones de poder. Así junto con López de Souza (1995) consideramos al territorio fundamentalmente como un espacio definido y delimitado por y a partir de relaciones de poder.

En la misma línea, la perspectiva de Massey nos resulta acorde y fructífera. En su conceptualización del espacio distingue tres características principales que tienen consecuencias importantes para nuestro análisis acerca de las juventudes rurales. El espacio es relacional, múltiple y siempre está en construcción. La relacionalidad apunta a las relaciones de poder que lo configuran. Al definirlo como múltiple nos propone pensarlo desde la coexistencia de las pluralidades y también de la diferencia. Por último, su carácter de construcción permanente refiere a que nunca está acabado y a prestar atención a la agencia de los sujetos en esta construcción (Massey, 2005, 2007). De este modo, la forma en que esta dimensión es abordada por Massey nos posibilita necesariamente indagar en las relaciones que en él se presentan y lo configuran y, por tanto, también en las identidades y las formas de construcción de esas juventudes. Es así como comprendemos que, pese al deseo de fijación en tiempo y espacio, lo rural igual se transforma y tiene dinámicas diferenciales a las urbanas ‒aunque relacionadas a éstas‒ que se configuran de modo particular y contextual.

Los estudios sobre nuevas territorialidades definen vínculos dinámicos entre el campo y la ciudad que contribuyen, por un lado, a reconocer a las sociedades rurales de un modo no estático, así como a percibir las particularidades de las dinámicas rurales actuales. Estos territorios están circunscriptos a flujos de movilidades que también caracterizan las propias trayectorias y proyectos de les jóvenes.

Entendemos que un territorio no siempre supone la existencia de un espacio fijo y contiguo, surgiendo la idea de territorios o territorialidades en red y móviles (Benedetti, 2009, 2011). Esta concepción nos ayuda a pensar en las movilidades estructuradas de les jóvenes con quienes trabajamos, en sus desplazamientos actuales por el territorio y en la concepción de territorio que elles dejan entrever en sus movimientos. Y en este sentido el concepto de movilidad espacial, que alude al “conjunto de desplazamientos en el espacio, de individuos, cualquiera sea la duración y la distancia física” (Pellegrino y Calvo, 1999 en Flores Cruz, p. 5) nos parece necesario para entender las trayectorias juveniles, así como las formas en que se configuran los espacios rurales. Las movilidades también son configuradoras del espacio. A las movilidades físicas, se suman los flujos informacionales, las movilidades virtuales, recuperamos su análisis específico a través de Lemos (2010). Claro que las mismas también están atravesadas y configuradas a partir de las relaciones de poder, existiendo una desigualdad estructural en el acceso a las movilidades, tanto físicas (Massey, 2007) como virtuales (Lemos, 2010).

El concepto de multiterritorialidad de Haesbaert (2007) y el de multiescalaridad geográfica nos permiten entender que en cada sitio las personas conviven con diferentes espacialidades, diferentes formas de experimentar o vivir el espacio (Benedetti, 2011). Ello nos resulta sumamente interesante para pensar en el modo en que se articulan y confrontan las diferentes formas de ocupar y sentir el territorio de les jóvenes, y el modo en que se configura la diversidad de juventudes rurales.

En este sentido, no podemos hablar de una sola ruralidad, homogénea, que se respalda en el continuum que opuso campo y ciudad, suponiendo que al sintagma campo le corresponde atributos como estancamiento, atraso, aislamiento, aburrimiento, carente de, subdesarrollado y más bucólicamente, tranquilidad, pureza, mientras que al de ciudad cabría asociarlo con progreso, conexión, multiplicidad de oportunidades, a su vez que caos, inseguridad, etc. (Cuervo, S/D; González Cangas, 2003; Padawer, 2020). Por el contrario, preferimos hablar de ruralidades, atravesadas por movilidades y fijaciones, en pos de múltiples relaciones de poder, que enlazan lo histórico y actual, configurando espacios complejos que deben definirse en y a través de casos particulares y las experiencias de les jóvenes en ellas. Forman parte de ello las discusiones en torno a la emergencia de las tecnologías ligadas a la comunicación y conocimiento (Barés, 2016 y 2018; Padawer, 2020) y los nuevos consumos y accesos que conllevan.

Así el concepto de nuevas ruralidades intenta dar cuenta de estos nuevos escenarios (Cimadevilla, 2005; Ávila Sánchez, 2005), lo mismo que el de ‘rural-urbano’ (Gareis, 2018), ‘nueva ruralidad’, o el de ‘ruralidad urbanizada’ (Torres-Mazuera, 2012). Desde 1990 se presenta en Argentina una discusión en torno a las definiciones espaciales de la región periurbana (Barsky, 2005; Barros,1999; Venturini, et al., 2019), tanto respecto a los usos de los suelos como a los procesos de cambio de las estructuras socioeconómicas y la experiencia subjetiva de los sujetos que los habitan. La asociación del desarrollo de la industria y la producción agraria, la conformación de cadenas y complejos agroindustriales, la importancia de la innovación tecnológica, la creciente incidencia de la mano de obra urbana en el campo, el empleo rural no agrícola y la multi-ocupación entre los productores agrarios son características de las relaciones sociales de producción que conectan lo rural y lo urbano, poniendo en tensión dicha oposición (Neiman y Craviotti, 2006; Castro y Reboratti, 2007).

A partir de estas discusiones en torno a las ruralidades, pensamos que la forma en que estos espacios rurales se configuran de modo intersticial, diría González Cangas (2003), también impregna el modo en que se construyen y despliegan estas juventudes.

4.2 Hacia una conceptualización teórica y abordaje metodológico

Teniendo en cuenta los aportes de las investigaciones latinoamericanas y argentinas mencionadas, creemos que el área de estudios comienza a esbozar una conceptualización teórica y una propuesta de abordaje metodológico acerca de la categoría y de las experiencias de las juventudes rurales.

Sin atrevernos a definirlas, porque esto dependerá de la complejidad de cada estudio y del contexto específico ‒y sus configuraciones particulares‒ en el que ellas se constituyen, este estado de la cuestión nos permite sugerir algunas dimensiones a ser consideradas para comprenderlas en su diversidad, heterogeneidad y desiguales condiciones. Desglosémoslas:

a) Juventudes rurales situadas. Este enfoque se inscribe en el legado de la corriente constructivista de los estudios de juventudes, entendiendo que la juventud no es una categoría definida exclusivamente por la edad ni con límites fijos de carácter universal, sino atravesada por relaciones intergeneracionales y relaciones de poder en las territorialidades rurales. En ese sentido, para dar cuenta de las experiencias de las juventudes es importante evitar caer en imposiciones etarias características de los estudios estadísticos. A pesar de las potencialidades que los datos construidos en dichos estudios (muchos de ellos de corte comparativo) generan par las políticas públicas inclusivas que promueven (muchas de ellas de corte regional), este tipo de investigaciones corren el riesgo de generar un mecanismo que reconoce sólo parcialmente las identidades de les jóvenes rurales. En este sentido, es preciso diferenciar a les jóvenes rurales de la juventud.

La condición juvenil implica analizar qué es ser/estar joven en un tiempo y lugar determinados, tanto para las personas jóvenes como las no jóvenes. Para dar cuenta de la diversidad de juventudes rurales es importante preguntarnos, en primer lugar, qué es ser y estar siendo joven en territorios rurales: estos sujetos, ¿se consideran a sí mismos y son considerados jóvenes rurales?

b) Jóvenes y generaciones en el agro.Así como la niñez, juventud, adultez y vejez no están dadas, sino que se construyen en la lucha y la solidaridad entre generaciones, estas relaciones dependen de los actores sociales que encontramos en la estructura social agropecuaria: ya sean campesines, trabajadores sin tierra, productores familiares, grandes productores, sectores desplazados. Estas relaciones sociales desiguales se expresan en diferentes lógicas prácticas intergeneracionales, que resultan constitutivas en las experiencias, trayectorias y proyectos a futuro de les jóvenes. Considerar dimensiones corporales, afectivas y prácticas en este período que media entre la niñez y la adultez, cuya materialidad reside en un cuerpo culturalmente significativo, implica preguntarse: ¿cómo se definen las relaciones entre las generaciones?, ¿qué diversidad modalidades del ser joven se despliegan en espacio social rural en el marco de relaciones de desigualdad social?

c) Juventudes intersticiales. Si partimos de comprender a les jóvenes situados en una ruralidad que es multiterritorial, es necesario entonces evitar caer en reduccionismos urbanocéntricos en lo que concierne a las creaciones y usos de los estilos juveniles. No existe un flujo único de lo “juvenil” de la ciudad al campo en términos de estilos, experiencias y corporalidades, cuestión que nos retrotrae nuevamente a dicotomías rurales y urbanas, sino prácticas situadas desde movimientos rural-urbanos en las que los estilos culturales juveniles se re apropian y transforman de y desde los territorios red (rural-urbanos y virtuales). En estos territorios múltiples, podemos apreciar entonces, intersticios7 en los que se encuentran experiencias diversas y desiguales y es en ese espacio donde se producen nuevos conocimientos y estilos a través de prácticas creativas situadas heterogéneas, con rasgos más o menos hegemónicos, desde los cuales los sujetos construyen performativamente sus subjetividades, sus emociones, corporalidades e identidades.

Por ejemplo, las escuelas rurales y periurbanas son espacios intersticiales en los que confluyen estas experiencias diversas y desiguales (Rockwell, 2011), pero no nos referimos sólo a estos espacios materiales. Estos mismos procesos se dan en espacios virtuales, más allá de las limitaciones y desigualdades en términos de conectividad. Podemos preguntarnos entonces ¿qué tramas construyen esos intersticios? ¿qué construcciones realizan les jóvenes en ellos?

d) Clivajes y perspectivas interseccionales en las juventudes rurales. Estas perspectivas dan cuenta del carácter multidimensional y relacional de las vidas, trayectorias y experiencias de les jóvenes rurales. Invita a comprender las heterogéneas experiencias de les jóvenes rurales, las prácticas culturales que desarrollan, sus trayectorias educativas y laborales, los procesos migratorios o movilidades, sus modos de participación política, sus intereses, y sus constituciones subjetivas en el marco de múltiples procesos de identificación étnicos, de clase y de género. Por lo que los estudios sobre juventudes rurales despliegan y son interceptados por una serie diversa de clivajes que atraviesan las vidas cotidianas juveniles.

e) Abordajes metodológicos. Pese a la importancia de los estudios cuantitativos para comprender los procesos de cambio y transformación de las juventudes a nivel estadístico, son los abordajes metodológicos cualitativos, histórico etnográficos, colaborativos aquellos que tienen mayores potencialidades para el avance en las conceptualizaciones referentes a la condición juvenil en la ruralidad, ya que permiten comprender la complejidad de dimensiones existenciales, corporales, emocionales, prácticas e identitarias.

Como planteamos en otros trabajos (Hirsch, 2020), el enfoque etnográfico propone construir conocimiento a partir de situaciones y problemas que parecen pertenecer al mundo privado pero que a su vez son parte de problemáticas sociales. Son parte fundamental de este tipo de trabajo las descripciones analíticas de situaciones cotidianas que a la luz de una preocupación teórica permiten desentramar realidades complejas y diversas y, a la vez, reconstruir los modos en que los sujetos experimentan “sus situaciones determinantes, dentro <del conjunto de relaciones sociales> con una cultura y unas expectativas heredadas” (Thompson, 1984, p. 37). Esto implica la posibilidad de incluir en el presente etnográfico huellas de otros tiempos, pasados y porvenir (Achilli, 2005), así como explicitar las contradicciones y desigualdades en diálogo con los sujetos involucrados.

5. Conclusiones

A lo largo de este trabajo nos preguntamos cómo se visibilizan les jóvenes rurales en distintos momentos históricos y en distintos contextos (académicos, disciplinares y de políticas públicas) para, finalmente, proponer un marco conceptual que nos permita abordar las vidas cotidianas de les jóvenes en espacios rurales.

Hemos considerado primeramente el lugar que les jóvenes rurales han tenido en el campo de estudios sobre juventudes y el campo de estudios rurales. En segundo lugar, presentamos la conformación del campo problemático de las juventudes rurales en Latinoamérica y Argentina, para posteriormente detenernos en algunos estudios recientes que abrieron nuevos interrogantes y comenzaron a delimitar el campo teórico-metodológico. Para finalizar, buscamos sentar nuestra posición, anclada en algunas herencias elegidas, para realizar una definición que permita facilitar el abordaje de las diversas y desiguales juventudes rurales. De esta forma, trenzamos las lecturas que hemos realizado sobre sobre el tema, así como nuestras propias propuestas teórico-metodológicas para reflexionar acerca de puntos de partida sobre les jóvenes rurales, considerando raíces y debates de las diferentes disciplinas que alimentan los estudios y, por otro, también divisar enclaves y puntos de fuga que nos permiten visibilizar nuevas trayectorias transdisciplinarias brindando un campo sumamente fértil y diverso para seguir trabajando y encontrándonos.

Las problemáticas principales que tradicionalmente atravesaron la pregunta por les jóvenes rurales han sido vinculadas a su movilidad y fijación en los territorios, las trayectorias deseadas, esperadas y reales en un contexto de intensa relación entre lo rural y urbano. En este sentido, han existido tensiones entre interpretaciones que refieren a la migración en términos de desarraigo y otras como la experiencia de exploración del mundo y posibilidad de ascenso social. Es así que con esta revisión buscamos construir un enfoque que nos permita tanto poner en común cómo considerar las particularidades experienciales, territoriales, sociales, económicas, culturales, prácticas, políticas y educativas de les jóvenes.

Desarrollados estos lineamientos, este nuevo piso reflexivo desde el que se sitúan los trabajos sobre juventudes en la ruralidad, esperamos aportar a la construcción de un enfoque que permita documentar las diferentes realidades de jóvenes que están siendo en la ruralidad hoy.

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Notas

1 El psicólogo Stanley Hall, en Adolescence: Its Psychology and its Relations to Phsysiology, Antropology, Sociology, Sex, Crime, Religion and Education –publicado por primera vez en 1904– caracterizaba la adolescencia como una etapa de tempestad y estímulo. Según este estudio, la misma, al tener una base biológica, constituye un estadio inevitable de la vida humana en el que florecerá el idealismo y se fortalecerá la rebelión contra las autoridades. Es por esto que resulta un período en que las dificultades y los antagonismos son inevitables. En su teoría de la recapitulación, Hall planteó que la estructura genética de la personalidad incorpora la historia del género humano (Mead, 1985 [1928]; Feixa, 1998).
2 También estudian la emergencia de la juventud como sector social auto y hetero-identificado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, identificando como posibilitadores, la aparición de un mercado orientado a les jóvenes; el incremento de los medios masivos y la relevancia de estos en lo que los autores identifican con la cultura juvenil; así como los efectos disruptivos de la guerra en las familias de les jóvenes que nacieron en ese período; la educación secundaria para todos y la masiva extensión de la educación superior; el surgimiento de estilos estéticos propios y, por tanto, de los consumos culturales y las decodificaciones de los mismos que particularizan a este sujeto social, les jóvenes. Estas condiciones se venían gestando en la Europa y Norteamérica urbanas desde mediados del siglo XIX, pero se agudizan, según les autores, en el período de posguerra y son propiciatorias para la conformación de las juventudes como tales (Hall y Jefferson, 2014 [2000]).
3 Esta red se propuso espacios de encuentro y debate que congreguen las producciones al respecto logrando sostenerse encuentros periódicos hasta la irrupción por la pandemia por covid-19.
4 Para un estado del arte pormenorizado ver Roa (2015), Roa, Hirsch, Barés (2020); Hirsch, Barés, Roa (2023); Nessi (2018).
5 Estas metodologías resaltan el carácter corporizado del conocimiento, privilegiando métodos de participación observante, entrevistas no directivas y prácticas performáticas colaborativas con las comunidades.
6 Esta cuarta edición de la Reunión Nacional de Investigadores/as en Juventudes Argentina (ReNIJA) se realizó del 4 al 6 de diciembre de 2014 en la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales de Villa Mercedes. En la misma nos encontramos Ana Padawer, Laura Kropff, María Luz Roa y Aymará Barés, comenzando a establecer nuestra actual red de trabajo.
7 La noción de intersticios proviene de la problematización de diferentes autores (Barthes, [1984] 1994; Deleuze, 1984; Bhabha, 1994; Camblong, 2014) en torno a los límites entre y las relaciones de porosidad o permeabilidad de esos límites, emerge como alternativa a la noción de ‘frontera’ y permite visibilizar los puentes o entrecruces de posicionamientos subjetivos y haceres sociales con los que nos encontramos en territorio. Es en este sentido que para pensar en ‘juventudes y ruralidades’ nos inspiramos en los trabajos etnográficos de González Cangas (2003) y Citro (2009) quienes recuperan respectivamente esta noción para conceptualizar lo que aparece o perciben en sus trabajos de campo. Gonzáles Cangas sostiene que “la juventud rural aparece como un interregno, una categoría situada en intersticios oscuros, casi invisibles” (2003: 4). Al respecto, Citro (2009) en su investigación sobre jóvenes qom de Formosa, sostiene que “Lo que pretendo destacar con el término ‘intersticialidad’ es que bajo el influjo de estas diferentes corrientes los jóvenes han intentado construir una posición propia, que ha consistido en un espacio social limitado, un resquicio o un intersticio abierto entre aquellas corrientes más poderosas entre las cuales debieron situarse. Así la metáfora de la intersticialidad retoma aquí los dos sentidos del vocablo: el estar ‘entre’ dos o más cosas ‒o cual genera desde confluencias de sentidos y prácticas hasta posiciones ambiguas o aun aparentemente contradictorias‒ y el carácter limitado de ese espacio, una posición de un poder social menor pero que, por esto mismo, se transforma en una posición desde la cual es posible intentar cambios en el status quo””. (Citro, 2009: 292-293).

Recepción: 01 Agosto 2023

Aprobación: 21 Diciembre 2023

Publicación: 01 Abril 2024

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